lunes, 30 de octubre de 2017

Pensar el futuro, los modelos imaginarios de ciudad: Comala y Macondo

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] Gabriel García Márquez y Juan Rulfo crean dos ciudades (Macondo y Comala), las ciudades más reconocidas y visitadas de nuestra imaginación letrada, en las que se puede abrir un horizonte que nos permita pensar cómo hemos construido una idea de futuro…

La pregunta sobre el futuro nos lleva a meditar sobre los modelos de ciudad que hemos creado en la literatura. Los lugares imaginarios de nuestros escritores son la construcción poética que permiten una lectura ideológica de los textos. 

Una ciudad utópica corresponde a la poética de la antigüedad a los relatos y por lo tanto a la narratividad de nuestro estar en el mundo. Tanto la literatura como la política han construido modelos de ciudades y modelos de príncipes. 

En ellas hay una ética y una estética que las emplaza, como en el caso de la utopía moderna (Utopía de Tomás Moro, La ciudad del Sol de Tommaso Campanella o La Nueva Atlántica de Francis Bacon) en un lugar no determinado, pero que se puede llegar siguiendo ciertas referencias. Por ejemplo, la ciudad imaginada por Moro se supone en América. En rigor la construcción de un espacio paradigmático en Moro se encuentra a caballo entre El viejo y el Muevo Mundo (Utopías del Renacimiento, 16). Y recordará el lector, si la ha leído, que el texto de Moro busca reformar la sociedad de partida tomando la sociedad poética, creada en la literatura como un modelo de convivencia. 

Desde el inicio, con el discurso de Rafael Hitlodeo se refiere la otra utopía, la antigua, creada por Platón en La República. El portugués era un hombre imbuido en el conocimiento de la cultura griega y latina que había viajado a América con Américo Vespucio: Utopía está en los confines de su viaje, pero la referencialidad apelaba al mundo europeo como el destinatario del modelo político construido o descubierto. Ya Colón se maravillaba de estas tierras en la carta a Santángel, en 1493, y describía unos indios tan puros que dejaban la idea de que sus navegaciones lo habían llevado al Paraíso.

El descubrimiento de ese espacio soñado lo hace un hombre religioso, con familia e hijos, casi llegando a la ancianidad, de barbas largas, quien revela a un amigo sus hallazgos durante una plática en el jardín (45). Esas características del personaje abonan a su perfil humanístico y a su nivel de clase. Como Ulises ha viajado por el mundo y tiene algo novedoso que contar. Un relato poético que porta un modelo de sociedad y el afianzamiento de una ideología: reformar el sistema vigente.

Se trataba de una ciudad y de repúblicas admirablemente gobernadas situadas más abajo de la Línea del Ecuador. Las noticias que trae el viajero introducen la comparación de que aquellas tierras tienen los usos del Viejo Mundo, con lo cual Europa se coloca en el centro y el buen gobierno y las instituciones que se encuentran en el recorrido utópico vienen a ser un modelo o europeo o para los europeos. No es de extrañar que el discurso paralelo hable del robo, del castigo a los ladrones, de la honestidad, porque de cierta forma está presentando un problema de actualidad estrechamente ligado a la posesión de los bienes.

La crítica a la nobleza ociosa es también un cuestionamiento a la ética del trabajo y a la apropiación del salario de obreros y campesinos, sometidos al hambre y a deambular harapientos creando una sociedad de pícaros. Moro presenta la Europa cuando ya la mano de obra excedía la posibilidad del empleo y existía una masa de hombres que sobraba en la ciudad. La abundancia de la mano de obra posibilitaba el salario de miseria y la delincuencia. Creando espacios para el juego y el goce, los lupanares y “esos entretenimientos perniciosos” (55). El paradigma reformador tiene en Moro cierta urgencia de detener los monopolios, reedificar las granjas, volver a la agricultura, organizar la manufactura y restablecer la moral. El discurso de Rafael, como extranjero, permite que la reforma llegue sin ser vista como la ideología del autor que se esconde en el personaje de Moro. Rafael, el portugués, quien había regresado de América piensa que: “la vida humana está por encima de todas las riquezas del mundo” (56).

Una diferencia fundamental entre sociedad modelo y la sociedad a reformar es que en la ciudad de los utópicos todo era común. Y su apuntalamiento: “por otra parte, amigo Moro… estimo que donde quiera que exista la propiedad privada y se mida todo por el dinero, será difícil lograr que el Estado obre justa y acertadamente” … (71). En la medida en que el lector se adentra en los asuntos que plantea Rafael, se va acercando más a la relación entre utopía e ideología. En la medida en que el modelo es comparado con la realidad de la sociedad de llegada, lo utópico se desplaza a la realización de una acción política que se detiene en el presente, mientras que la poética del texto guarda el sentido de posibilidad.

Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad (1967), y Juan Rulfo, en Pedro Páramo (1955), crean dos ciudades, las ciudades más reconocidas y visitadas de nuestra imaginación letrada, en las que se puede abrir un horizonte que nos permita pensar cómo hemos construido una idea de futuro a partir de los modelos de ciudad y de gobierno.

Macondo es una ciudad aislada en la selva, construida por el patriarca de los Buendía como una forma del destino que le signaba haberse casado con una mujer de su familia. Luego de la muerte de Prudencio Aguilar, comienza el éxodo de los Buendía. La ciudad apacible sólo es visitada por los muertos (Prudencio se aparece en el patio de la Casa) y por un bando de gitanos. La comunidad en esa sociedad se debe a su carácter propiamente primigenio, pero resalta en el color uniforme de las casas que manda a pintar José Arcadio. Su mundo viene a ser conmovido por varias acciones: la peste del insomnio, las guerras civiles, la visita de los gitanos y el deseo obsesivo del fundador por dedicarse a los inventos que le impone Melquíades. Más allá encerrado hay otro libro que se va destejiendo mientras leemos: la obtención del secreto del desenlace de toda la historia de la familia y su destino.

Mientras que Juan Rulfo plantea, en Pedro Páramo, una ciudad rural, como la de García Márquez, destruida por la acción de un dictador que posee la tierra, las gentes y sus sentimientos. La visita de Juan Preciado a Comala le permite al lector adentrase en un laberinto donde tiempo y lugares aparecen difuminados por una época pasada signada por el odio y el rencor. La presencia de la Revolución de cristeros es un paralelismo con las guerras civiles en Cien años de soledad. Pero la posesión de la tierra en manos de Pedro Páramo no hace posible que se abra un horizonte utópico. Comala es un infierno en cuyo purgatorio deambulan las almas que no pudieron encontrar el descanso de su conciencia. Mas que una obra que plantee el nacimiento, el esplendor y el fracaso de una sociedad que se pueda recuperar como modelo para la convivencia, Comala es el final de un tiempo que nunca tuvo un aura promisoria.

Tampoco en Cien años de Soledad podemos atisbar formas de utopía a no ser la fallida reforma agraria que proyecta el coronel Aureliano Buendía y que termina con los acuerdos de los partidos cuya unidad tiene como consecuencia reafirmar la forma de propiedad y la inutilidad de la guerra como medio para encontrar cierta salida a la situación en la que viven los ciudadanos.

Tal vez una constante entre las lecturas citadas arriba sea el tema de volver a la tierra y buscar la identidad de un pasado agrario frente a la ciudad como se expone en Utopía. En América hemos relegado los proyectos campesinos a favor de la modernización. Esto no se puede entender en Comala que es esencialmente un espacio de la ruralía donde todo aspecto de modernidad política está intervenido por la presencia de un dictador, que reúne en su poder omnímodo todas las formas y representación de los micropoderes sociales: la Iglesia, el Cura, la mujer, la tierra, el abogado y le falta el amor que es su única aspiración a través de la figura de Susana San Juan.

Me llama la atención, por otra parte, que en la novela Los gobernadores del rocío ( ) de Jacques Roumain la única utopía del regreso se da en una vuelta a la tierra como ideal individual, como tabla de salvación de los sujetos que han fracaso en entrar a la sociedad modernizante que los redujo a braceros en Cuba, y su regreso forzado a Haití impulsado por el dictador Machado. Esta vuelta a la tierra como esperanza la encontramos también en Los enemigos de la tierra(1936) de Andrés Requena. Y posiblemente en muchas de las obras literarias en que los sujetos se ven traicionados por la modernización impuesta en el área del Caribe.

En este sentido, el discurso de Requena en la obra citada no desdice nuestro planteamiento: “La tierra seguía igual: eternamente generosa y fecunda. Todo era principiar con ánimo y con tenacidad y pensar en que, fuera de allí nada era mejor para los hombres que como él habían nacido con esa única herencia. ¿Qué bien vivirían aquí, pensó, muchos amigos de sus amigos, hombres buenos en el fondo, y que deambulaban sin ningún fin ni ruta por las ciudades agresivas?

Finalmente mencionaré dos situaciones en las que ese horizonte podría encontrarse. La primera tiene que ver con la novela El siglo de las luces (1958), de Alejo Carpentier. Luego de las hazañas de Víctor Hugues por llevar la modernidad política al Caribe, Sofía se dirige a Madrid a luchar contra la ocupación napoleónica. Buen corolario que podría llevarnos a pensar que las ideas liberales que daban la libertad a los esclavos, que patrocinaban la idea de la igualdad de todos los hombres, se imponían ahora como ideas imperialistas y la libertad de encontraba de otro lado. Liberar a Madrid de los franceses y el imperio de Napoleón. El otro asunto tiene que ver con el final de El reino de este mundo (1949), Ti Noel se encuentra con una racionalidad que lo lleva a pensar cuál ha sido el resultado de la lucha revolucionaria… Y, luego de comprender que no le bastaba “ser ganso para creer que todos los gansos fueran iguales […] Se presentaba ante el mundo sin el menor expediente de limpieza de sangre, ante cuatro generaciones en palmas. En suma, era un meteco […] volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de los lejanos antepasados en África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir”. (149).

“Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera”.

Nuestros modelos de ciudad, tanto Comala o Macondo, son modelos que no expresan, de manera contundente, una opinión de futuro. El sentido utópico queda cerrado. Otras lecturas nos llevarán a ver ese enfrentamiento entre creación e ideología, entre el tiempo y el espacio y la forma en que nos proyectamos hacia el porvenir. La pregunta sobre el futuro en nuestra literatura queda abierta, mientras las ideologías dejan sus conchas de nácar.

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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Las palabras sublevadas (2011) y Los letrados y la nación dominicana (2013), La escritura de Pedro Mir (214) y Antología esencial del cuento dominicano (2016), entre otros.

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