lunes, 3 de septiembre de 2018

Todavía no es naufragio, revisitar a Juan Carlos Onetti en «El astillero»

»MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] He vuelto a «El astillero» que es el viaje de Larsen de Santa María a Puerto Astillero; he venido a buscar las imágenes que el tiempo ha borrado de mi memoria. He tenido la plena satisfacción de adentrarme en los signos y significados de una historia, de un hombre sin destino, sin futuro, sin deidad.

La lectura de un libro nos deja en la distancia un cierto entusiasmo, una pequeña devoción, que recurre en la memoria como un conjunto de imágenes que, como el tiempo, se van borrando y sólo quedan una o dos, para rememorar las horas felices de la lectura. He vuelto a El astillero que es el viaje de Larsen (o Juntacadáveres) de Santa María a Puerto Astillero; he venido a buscar las imágenes que el tiempo ha borrado de mi memoria. He tenido la plena satisfacción de adentrarme en los signos y significados de una historia, de un hombre sin destino, sin futuro, sin deidad.

He repensado todas las referencias que puedan concretar una historia de la interioridad de Larsen, de la ruina del Astillero como si fuera una isla en la ribera de un río; he subrayado los márgenes de una historia que se cuenta con maestría, de un cierto movimiento de la sintaxis, de un ritmo, de una indefinición. Narrar el mundo de ‘dedans’, el adentro de un hombre expulsado de su ciudad por la práctica del proxenetismo, es el trabajo maestro de Juan Carlos Onetti. Un hombre gordo, triste, irónico, que, entre la herrumbre del astillero, fabula, es burlado y tira al azar su último dado.

Pienso que un hombre sin destino es un espejo. Un existente que cabalga en cada mirada. Una lejanía. Onetti podría ser visto en el espejo de Larsen, pero no. Él es quien lleva el hilo de la trama. Lo concreto es un decorado, las ilustraciones conforman toda la novela. Fracaso en el intento de arrendar su realidad y el lector más avezado en formar una metáfora de una ciudad o de una isla. Porque el cronotopo está cruzado por la inventiva, como si creyéramos que Larsen es el Baldi, de “El posible Baldo” en la medida de que él se crea en sí mismo cuando cruza la calle de la ciudad acompañado de la rubia extranjera.

El cierre del astillero, las deudas de Petrus, de Jeremías Petrus y su Sociedad Anónima aparece a continuación del viaje de Larsen que ha regresado a Santa María. El patrón entra en una escena motivacional frente a los administradores Gálvez y Kunz, quienes trabajan en el inventario luego en el mes sexto del cierre de la casa constructora de navíos. Y nos deja una metáfora en su calmada exposición. Una metáfora continuada durante toda la obra y la realidad humana queda en un símil, en un hundimiento en la soledad y el sinsentido.

Pienso que el ritmo que comunica y entusiasma en Onetti es la forma “elemental” de contar las cosas que tienen un significado particular, sin que el cuadro pueda del todo formarse. Creo que su encanto está en dejar en suspenso. Pero no un suspenso de la acción, sino del conjunto. La acción está reducida al mínimo, la descripción exterior también. Ciertos rasgos prefiguran una acción inaccesible. Como si todo estuviera naciendo aún, sin que sus mejores rasgos aparezcan, pero que se activan de momento. Tiene una gran facultad el autor de unir pequeños momentos en que sus personajes se encuentran fabulándose o resistiendo impasibles una realidad que a todos nos parece desconcertante.

En ese movimiento de la sintaxis, la narración apela a la imagen, a una imagen que recurre en la referencia al personaje que, como en el barroco, es dueño de una frase que vive en un juego con su propio ser en el que ser o no ser. Siempre se sienta a la mesa de la desdicha y a jugar las cartas de la última posibilidad. Los cuerpos no encuentran una descripción feliz: Larsen ha engordado, las mujeres son gordas, locas o extrañas. El mundo de afuera apenas da para unas referencias cuyo sentido termina en su propia mirada. 

El rostro de Larsen es triste, pero hay en él una mueca, como en Gálvez, como en la ausencia de la hija de Petrus. Sólo el viejo Petrus parece creer que podrá salvar su empresa frente a los acreedores y al darle la gerencia a Larsen entonces entra a uno de esos sueños en los que se reinventa ser el jefe de una gran empresa, pero que en sí solamente es una ilusión creada en las ruinas de lo que fuera la compañía de Jeremías Petrus. En la memoria quedan las comidas compartidas en la Casilla, la entrevistas en la Glorieta, el apartamiento que le hace la sirvienta, la negra, como si estuviera deteniendo un caballo. Quedan las imágenes de la visita de Larsen al doctor, que es el personaje que mira hacia el presente y al pasado y puede ver el conjunto de las historias fragmentadas.

Entonces Larsen con su inseparable sombrero bajo la acostumbrada lluvia de invierno y el sobretodo, que pocas veces se quita bajo techo, había descubierto que el gerente de contabilidad poseía un documento falsificado que comprometía a Jeremías Petrus y lo podía poner en la cárcel. El regreso en lancha de Santa María al Astillero, luego de la entrevista con su patrón, es un reinvento de un tipo que se cree lo que no es en un posible investigador o en un asesino. Ya están dados los motivos para que se desate un relato policial, pero sin tocar del todo a la ley, ni a la policía. Es algo que le ha encomendado su patrón investigar. Sin embargo, Larsen era capaz, como él mismo lo declara, de matar a Gálvez, a su mujer embarazada y a los perros que le gruñían en la Casilla.

En ese mundo del astillero pocos estaban fuera de los delitos menores que se concentraban en la venta ilegal de partes para poder asistir a la debacle de los sueños empresariales de Petrus. A la modorra de sus empleados, a las ruinas que se manifestaban en la puerta de entrada a la oficina y que anunciaban, más con sorna que con verosimilitud, la entrada al espacio del Gerente General. A esto se unían la caída del espíritu, del deseo de lucha, del abandono. Y en el dolorido e infeliz Larsen que todos miran como el expatriado y reinventado. 

Un Larsen que era un “difunto sin sepelio” (89), tal vez apegado al amor de una loca para heredar una fortuna de treinta millones que no estarán en el banco, sino en las herrumbres del astillero y que podía fabular ser el jefe, implacable y paternal, y a dar ascensos y cesantías, “con el único propósito de darle un sentido y atribuir ese sentido a los años que le quedaban por vivir” (88). Y no queda muy claro si es el viento o el frío que están como él perdidos o atrapados en una existencia sin futuro y en un destino marcado por el peso de sus actos y las miradas siempre acusadoras y burlonas de los otros.

La invención de Larsen y el reinvento de Larsen por sí mismo es del tamaño de un amor que apenas puede construir una frase y que el autor prefigura en un monólogo en el que la invención queda clara para que, Angélica María Petrus, lo formule en su mente durante una visita de las visitas del Gerente a la casa y un paseo en la glorieta. Lo hubiese preferido como una imagen de su padre, como el hermano de su padre. En su mente de orate lo hace venir, siente su olor a bay rum. Entre la risa, la mentira y el pensamiento, Angelica preludia su muerte y lo ve “muerto y lejano”, y llora (93).

En su prístina construcción de la historia todo es plural y posible. El narrador corrige, fechas, lugares o encuentros. Dice cómo había podido ser el invento; la lluvia y las gentes son, pero el ambiente es movible, el futuro certero en su desenlace; todo va del bostezo, el aburrimiento, la simulación y el hambre hacia ese final ya dicho. En una trama que se teje y desteje. Se avanza, se anticipa. Larsen está ahí tratando de encontrar el entusiasmo, buscando pequeñas victorias, como maniobrando para llenar un tiempo sin sentido que tendrá que llegar a su propio destino. El narrador inventa a Larsen como personaje y selecciona las escenas como si fuera un editor de su propio tiempo y así dice; “podemos preferir el momento en que Larsen se sintió aplastado por el hambre y la desgracia, separado de la vida, sin ánimos de inventar entusiasmos (94).

La invención de Larsen es también su reinvención (no hablemos por ahora de su intratextualidad, su paso de un texto a otro en la obra de Onetti) sino cómo Larsen se inventa a sí mismo y todos son invenciones de una ficción que se convierte en realidad, como la idea de que la materia crea más espacio. El sueño de Larsen recrea la realidad Larsen. Una realidad que se encontraba en la asunción del juego y la locura. Donde todos viven una cierta enajenación de una realidad que es mejor inventarla. Sobre los otros pensó Larsen: “Están tan locos como yo” (102). El antiguo proxeneta, ahora administrador ve las acciones diarias de los empleados y piensa en que, si ellos están locos, él también lo está: “porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros, me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real. Aceptarlo así —yo que jugaba porque era juego—, es aceptar la locura” (103). (Continuará).

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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004), Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (2009), Los letrados y la nación dominicana (2013) y El canon horizontal (2018), entre otros.

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