lunes, 8 de julio de 2019

El turismo puede volar en las alas dulces del postre criollo

Por Jose Rafael Paula Sosa



El dulce no solo no le amarga la vida a nadie. Además, es una de las ofertas complementarias agradables, inolvidables y placenteras del gusto de turistas y no turistas.

La historia del postre viene de muy lejos la palabra postre procede, del vocablo latino “poster” o “posteri”, que quiere decir “lo que viene después”, por el hecho de se consume, luego de la comida.

La sensación que produce el postre, tras la experiencia de una buena comida, no es fácilmente descriptible, aun cuando su definición es simple: platillo o bocado, generalmente dulce o agridulce que se ofrece al final de una comida, concepto en que coinciden casi todos los diccionarios de consulta generalizada.

El origen de estos azucarados alimentos se remonta a tiempos inmemorables, pero uno de los postres más solicitados y con historia es el chocolate, de origen americano consumido desde los tiempos de los indígenas aztecas y que sorprendió a loa españoles por su sabor y quienes le llamaron Chocolat.

Poca es la gente que sabe que el helado se origina en el Siglo 14 cuando residentes en las zonas montañosas de Europa, recogían nieve e invierno y la endulzaban con Miel.

El postre es la apertura al universo de sabores edulcorados que disfruta el paladar y satisface el alma. Se ha dicho muchas veces, que comer sin disfrutar el postre, no es comer.

Esa pequeña carga de sabores calóricos, frutales, o edulcorados, que llegan como parte de una tradición dulcera que tiene expresión en cada país, en cada región, en cada continente, que, al ser disfrutados, dejan una huella en nativos y visitantes. De ahí, su fuerza como atractivo de los destinos del turismo.

Dulce criollo: oferta del turismo

El país debe integrar plenamente el dulce criollo como un activo fundamental de su oferta turística, que le diferencie y sea parte de una experiencia gastronómica de esas que marcan el gusto y la percepción de sus visitantes.

La dulcera Altagracia Josefina Mieses de Calderón, de Dulces mi Vieja, proyecto fundado en mayo de 1988, para elevar el status del dulce criollo, abandonar sus refugios en colmados y pequeñas vitrinas hogareñas, para llevarlo con la mejor presentación tanto a la mesa del huésped hogareño u hotelero, o como regalo exquisito a quienes se visitan en el extranjero.

Hacía falta un manejo del dulce a un nuevo nivel, que vincule creativamente el postre a la industria del turismo. Ella trabaja en el negocio junto a su hija Carmen Josefina al frente de un equipo de hombres y mujeres que producen artesanalmente su dulce producto.

Nieves de Mieses sostiene. “Somos un gran destino que tiene en el dulce criollo uno de los mayores patrimonios gastronómicos para compartir con el mundo”.

Dulces mi Vieja fue, como proyecto, fue el invitado de 2018 por el Ministerio de Turismo, para exponer la oferta dulcera en la Feria Internacional de Turismo (ITB) de Berlín, evento en el que, dijo, el público alemán y de los profesionales que visitaron el pabellón dominicano quedaron encantados con el sabor de sus productos.

Dos tareas

La gestora del dulce dominicano dice que hay dos tareas imprescindibles planteadas respecto del dulce.

Una es el Registro Nacional del Dulce que establezca por regiones, provincias, cuáles son los más característicos.

Otra es escribir la historia del Dulce Criollo con las recetas de los mas importantes como aporte educativo.

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