Oscar López Reyes.
La República Inmortal de Duarte, así estampa el título de la exposición iconográfica y educativa que, desde el 24 de febrero, tiene como escenario los soportales del parque Independencia, en conmemoración del 179 aniversario de la fundación de la Nación dominicana.
En ese paisaje egregio fulgura, imperecederamente, el sable/espada que actualmente alicienta, con más vibrar que nunca, y en la chapa de la indignación más soberbia, la oración de Duarte: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria”.
En este perique de amenaza fusionista, patrocinada por la desfachatez imperial/neocolonial y sus despreciables huestes del traspatio, huelga retumbar el lema sacrosanto de “Dios, patria y libertad”, como resalta en la exposición auspiciada por la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y la Fundación Patria Visual, presidida por el coronel/historiador Sócrates Suazo Ruiz.
En 1838, Duarte creó la Trinitaria y diseñó la estrategia para una patria grande, que aún está pendiente. Como la Trinitaria, la Filantrópica y la Dramática, tenemos que despertar conciencia y promover con más ahínco los principios de la soberanía nacional, aunque seamos perseguidos, como lo hizo el presidente de Haití Charles Riviére-Herard con Duarte, quien, acorralado, en la noche del 8 de agosto de 1843, tuvo como único escape embarcarse, por el muelle de Santo Domingo, hacia Saint Thomas, con destino a Venezuela, donde prosiguió su tarea revolucionaria.
¿Cuáles fueron los fundamentos para la independencia?
La misión por la independencia nacional quedó bajo la conducción de Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, Vicente Celestino Duarte, José J. Puello y Manuel Jiménes. Vigorizaron hasta la difusión del Manifiesto del 16 de enero de 1844, firmado por residentes en la parte del Este de la isla Española.
Esta declaración describe que durante la intervención militar se promovió “un tropel de desórdenes y los vicios. La perfidia, la división, la calumnia, la violencia, la delación, la usurpación, el odio y las personalidades, hasta entonces poco comunes en estos inocentes pueblos”, que ”en desprecio de todos los principios del derecho público y de gentes, redujo a muchas familias a la indigencia, quitándoles sus propiedades para reunirlas a los dominios de la República, y donarlos a los individuos de la parte occidental, o vendérselos a muy ínfimos precios”.
Igualmente, el régimen de Boyer “asoló los campos, destruyó la agricultura y el comercio, despojó a las iglesias de sus riquezas, atropelló y ajó con vilipendio a los ministros de la región, les quitó sus rentas y derechos, y por su abandono dejó caer en total ruina los edificios públicos, para que sus mandatarios aprovechasen los despojos y que así saciasen la codicia que consigo traían de Occidente”. Por esta intervención, se produce “una larga serie de injusticias, violaciones y vejámenes”, y “la violación de nuestros derechos, costumbres y privilegios”. En fin, la parte Este de la isla “está sufriendo la opresión más ignominiosa”, el “despotismo” y la “absoluta tiranía”.
Expuso que al “separarse para siempre de la República Haitiana, y constituirse en Estado libre y soberano” se procurará “proveer nuevas garantías, asegurando su estabilidad y su prosperidad futuras”, que “protegerá y garantizará el sistema democrático; la libertad de los ciudadanos aboliendo para siempre la esclavitud; la igualdad de los derechos civiles y políticos”, y que “La agricultura, el comercio, las ciencias y las artes serán igualmente promovidas y protegidas”.
Y llegaron hasta el 27 de febrero de 1844. “Los patriotas” “poco a poco fueron llegando por las diversas calles que desembocaban en la planzuela enfrente del arcaido portón” de la Puerta de la Misericordia. “Se juntaron cerca de un centenar de amotinados. Los ánimos eran indiferentes en esos hombres que sabían que iban a exponer sus vidas”. A las 11 de la noche nació una República libre, con un trabucazo disparado por Ramón Matías Mella.
A partir de entonces, “los patriotas se iban concentrando en la Puerta del Conde. El teniente Martín Girón, jefe de puesto en la estratégica entrada a la ciudad había sido conquistado por José Joaquín Puello y no hizo ninguna oposición a la invasión de los conjurados, pero el sargento Juan Gross, que no estaba en autos de lo que sucedía, intentó resistir, siendo contenido por Girón”. Al toque de diana del amanecer, Francisco del Rosario Sánchez, presidente del Comité Insurreccional, izó la bandera nacional en el baluarte de El Conde.
Desde ese momento fueron colocados centinelas en lugares estratégicos, como La Atarazana y el muelle del río Ozama, y el 28 de febrero el jefe de las tropas haitianas, general Etienne Desgrotte, y Mella firmaron el acta de capitulación, en el triunfo, a prima facie, de una idea y una visión, el carisma, liderazgo y la estrategia de Duarte; la capacidad organizativa de Sánchez, la valentía y el riesgo de Mella, y la perseverancia y firmeza de los máximos directivos de la sociedad La Trinitaria.
El 28 de febrero fue clave. Ese día se aclamó una Junta Gubernativa Provisional, encabezada por Sánchez, Joaquín Puello, Remigio del Castillo, Tomás Bobadilla, Manuel Jiménes y Ramón Matías Mella. Y dos días después (el 2 de marzo) fue escogida una Junta Central Gubernativa, presidida por Tomás Bobadilla e integrada por Sánchez, Mella y otras siete personas.
A favor del proyecto independentista se pronunciaron Monte Plata, Bayaguana y Boyá; Neyba, San Juan de la Maguana, Azua, Baní y San Cristóbal (Sur); Higuey y Hato Mayor (Este); Santiago, La Vega, San Francisco de Macorís, Puerto Plata y San José de las Matas.
Proclamada la República Dominicana el 27 de febrero de 1844 como Estado libre, independiente y soberano, con una población eminentemente rural estimada en 126 mil habitantes, el presidente Tomás Bobadilla y Briones comenzó a tomar decisiones, como la designación de Francisco del Rosario Sánchez como comandante de Armas de Santo Domingo y Pedro Santana del Ejército dominicano.
Pero, 12 días después el presidente de Haití, Charles Hérard Ainé, lanzó una confraofensiva para reconquistar el territorio perdido. Y el 10 de marzo, el mandatario dominicano ordenó que tres mil combatientes marcharan hacia Azua, para repeler el aguardado ataque de los vecinos.
En pocos días se iniciarían las acciones, combates y batallas, que fueron tan numerosas que hubo que clasificarlas en cuatro campañas. En ellas, miles de dominicanos con valor y fe patriótica ofrendaron sus vidas por la consolidación de la independencia nacional.
¿Cuáles fueron las contiendas de la primera campaña?
La primera fue la Acción La Fuente del Rodeo, conocida como “El bautismo de sangre de la República”, escenificada el 11 de marzo de 1844, en Neyba. Tres columnas de 20 mil soldados invadieron a la República Dominicana por tres zonas geográficas, en un plan del presidente de Haití Charles Rivière-Hérard por recuperar el dominio de la recién proclamada Nación.
La tercera caravana, comandada por el general Agustin Souffront, ingresó por Neiba, donde se registró el primer choque armado en defensa de la independencia nacional. En la Fuente del Rodeo, situado a 20 kilómetros al Este de San Bartolomé de Neyba, unos 200 dominicanos con fusiles, lanzas, machetes, cuchillos, garrotes y piedras, encabezados por el capitán Fernando Tavera, y los tenientes Dionisio Reyes, Vicente Noble y Nicolás Mañón, asaltaron de sorpresa a la avanzada de ocupantes dirigida por el coronel Louis Auguste Brouad, que tenían el objetivo de alcanzar a Azua.
Aunque Tavera cayó mal herido, la acción coronó el primer triunfo en el inicio de la guerra domínico-haitiana. Y el 13 de marzo de 1844, en Neyba se registró el segundo combate en Cabeza de Las Marías (balneario Las Marías), entre Galván y Cerro al Medio, ahora perteneciente a la provincia Bahoruco.
Enfrentaron al coronel haitiano Auguste Brouard, jefe de los batallones haitianos 21 y 22, los tenientes Dionisio Reyes y Vicente Noble, quienes tuvieron que replegarse hasta el río Yaque del Sur. A seguidas vinieron la refriega Los Quemadillos, el hostigamiento Las Hicoteas, el combate del río Jura, la batalla del 19 de marzo, en Azua; las arremetidas de Talanquera, la batalla del 30 de marzo, la batalla de El Memiso, el bombardeo de Tortuguero, el apoderamiento de Cachimán y otros hasta la batalla de Sabana Larga, en Dajabón y Jácura, el 24 de enero de 1856, con la victoria de las armas dominicanas.
Estas acciones, combates y batallas fueron tan numerosas que hubo que clasificarlas en cuatro campañas. En ellas, miles de dominicanos ofrendaron, con valor y fe patriótica, sus vidas por la consolidación de la independencia dominicana. Ante el Estado fallido de Haití, toca a la presente generación mostrar coraje, sin tener que tomar la valija del fusil, para sostener la integridad territorial, la dominicanidad y la autodeterminación nacional, coreando: “tan dominicano como soy”.
Basta, emulando a Duarte y apartado de los adocenados, descompuestos y oscurecidos partidos políticos, con fomentar y participar en las más prolongadas proclamas en plazas públicas, las denuncias mediáticas nacionales e internacionales y las marchas patrióticas pacíficas de escuelas, colegios, universidades, clubes, entidades cívicas y religiosas, organizaciones profesionales y grupos populares, para que el yugo de los áulicos emperadores transnacionales y zaristas de nuevo cuño no cercenen la garganta de la patria, en la hoguera de una fusión insular villana, maleante, infortunada, cruel e irritante en su ironía y simulacro.
Cordialmente,
Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y artIculista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas.
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