domingo, 26 de marzo de 2023

Calvario/rechazo a corruptos judicializados

Oscar López Reyes.


Ser encartado por el Ministerio Público en un expediente sobre corrupción administrativa fisgonea peor que la sentencia condenatoria de un juez, similar a un cuchillo carnicero, que desgarra el cuero del cuerpo humano. La imputación acarrea un recorrido más desolador y denigrante que el viacrucis de Jesucristo desde la crucifixión hasta la sepultura. El punto de partida -la difusión- de ese calvario se iguala a un camión atmosférico, que tira pudrición hacia afuera, como un saco de harina, que cada vez que se sacude bota más polvo.

El sujeto acusado por la Procuraduría General de la República se parece tanto a una alfombra, que todos la pisan, o a un gorro de lana, que a todos les calienta la cabeza. Y así canturrea en las operaciones Antipulpo, Coral y Coral5G, Medusa y Calamar, por los datos bien sustentados que se presentan. También, por la alta credibilidad que adornan a sus incumbentes, que han demostrado, palpablemente, que no actúan movidos por parcialidad político-partidaria.

Los fiscales generales Miriam German Brito, Yeni Berenice Reynoso y Wilson Camacho Peralta merecen un voto de confianza, junto al presidente Luis Rodolfo Abinader, quien ha observado una inusual prudencia en su distanciamiento en ese proceso, como ha sido reiterado por la máxima representante del órgano persecutor.

Hace el ridículo, en un ingrediente constitutivo de complicidad con la corrupción, el que se pone un paño negro, abandona su trabajo, como cuestionados diputados, o queman neumáticos, para protestar por el enjuiciamiento a “pejes gordos”, tachado por defraudar al Estado con más de 19 mil millones de pesos.

Llevarán una cruz a cuestas, per saécula saeculorum, aquellos que se han ganado un castigo y el rechazo colectivo por las sustracciones del erario atribuidas por la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa (Pepca). Sus nombres y apellidos aparecerán perennemente en las redes sociales, cuantas veces se naveguen por ellas, y el padecimiento/angustia correrán como las 14 estaciones o escenas de la pasión de Jesús de Nazaret.

Esas 14 paradas de la etapa del misterio doloroso del viacrucis de ladrones y capos amordazados son:

Primera Estación: La divulgación mediática de la presunta comisión de los delitos, con datos provenientes del Ministerio Público.

Segunda Estación: La colocación de nombres, apellidos y el rostro del imputado en la prensa escrita, los canales de televisión y los digitales.

Tercera Estación: Caminar por el Palacio de Justicia con un casco protector en la cabeza, un chaleco antibalas y grilletes, escoltado por guardias con metralletas.

Cuarta Estación: Participar en reuniones con abogados, que conllevan a múltiples gastos financieros y el consumo de tiempo.

Quinta Estación: Mirar a la pareja, hijos, nietos, hermanos, tíos, primos y otros familiares derramando lágrimas por sus mejillas, con frecuencia desconsoladamente.

Sexta Estación: Estar en un encierro carcelario, en el filo del sufrimiento, las carencias y los peligros.

Séptima Estación: Presenciar continuos reenvíos, aplazamientos y suspensiones en el Juzgado de la Instrucción de la Jurisdicción Permanente, el Juzgado de la Instrucción Control o de la Prueba, el Tribunal Colegiado, la Cámara Penal de la Corte de Apelación, la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia, el Tribunal Constitucional y el Juez de Ejecución de la Pena, dando tumbos durante años por sus salas de audiencias, pasillos y baños.

Octava Estación: Sumergirse en la depresión y experimentar subidas de la presión y la diabetes, el deterioro de otros órganos y el reclamo urgente de un médico.

Novena Estación: Ver variada la prisión, después de los 18 meses, hacia el hogar, saturado por fijar la vista en cuatro cómodas paredes y aburrirse por dar pasos en el mismo piso y pensar en qué hacer con el dinero mal habido.

Décima Estación: Desgañitarse dando explicaciones a conocidos sobre las imputaciones y el suplicio que le ha venido encima.

Undécima Estación: Por no soportar los acosos en centros educativos, laborales, plazas públicas, salones de belleza y en otros lugares, hijos y otros parientes se vuelven melancólicos y, enojados, se mudan del barrio, el pueblo o el país, o se suicidan.

Duodécima Estación: Llenos de dolor por la mancha y por ser salpicados por la sangre, muy cercanos cambian de identidad, exhibiendo otros nombres y apellidos; negando el parentesco y buscando a genealogistas para probarlo.

Decimotercera Estación: Descendientes de estafadores de los bienes públicos, célebres narcos y autores de otras contravenciones se pelean, subastan y venden mansiones, vehículos de lujo y otras propiedades.

Decimocuarta Estación: Escuchan relatos en libros -algunos los leen- en torno a las picardías y pillerías en la sagacidad del ascendiente, cuya tumba luce solitaria, sin velas ni ramitos de flores.

Más aborrecible que estar preso -sin que una cucaracha lo sepa- en una lejana isla, resulta callejear en el infiernillo de las antes citadas 14 estaciones. Esa necrosis moral aletea, para los que no se avergüenzan en su indignidad, y es más punzante que el viaje sin regreso a otra galaxia.

La más sazonada de ellas se refiere a la difusión mediática de la consumación de los delitos y su naturaleza, que legalmente se dispone, en todos los sistemas judiciales del universo, cuando el Ministerio Público deposita el expediente ante el juez. En ese momento termina la fase secreta de un tramo de la investigación.

Con la apertura de la caja de pandora se quita el velo de la tapadera, en el cumplimiento del constitucional derecho a la información, ornamentado por la potestad ciudadana a saber en una sociedad que vuele en las alas de la transparentización.

La ventilación pública del documento procesal ofrece la oportunidad a los abogados defensores del inculpado a exhibir su inteligencia y su cresta superior -incluido el hueso maxilar o mandibular-; a presentar sus argumentativas y chicanas, y a justificar -como sea- la millonada que les pagan. Pindonguean, ¡qué pueblo ni pueblo! (escupen la conciencia) y preferencian al Dios Mercurio en abono a la fortuna de majestades celestiales que han saqueado al Estado.

Los que delinquen, entonces no quieren verse en los estrados, ni que los periodistas reseñemos ni opinemos sobre sus travesuras y pecados. No desean escuchar al juez con la cara como un toro, o a la jueza con el angelical y rozagante rostro de suspicacias en torno a los contenidos de sus próximos dictámenes, para los cuales piden la prueba con mil requisitos, para soltar, conforme los códigos amañados favorables a los infractores, en burla a los esfuerzos de los fiscales acusadores.

Aunque jueces venales o benignos en la inocencia de “inocentes” descarguen a corruptos y narcos, ya ha sido propalada la pena/escarmiento socio-colectiva, que no cree que sean ingenuos, como no los han sido el ex prisionero del Número 13 que, en su comunidad, engañó macabramente a los que le pusieron monedas en sus bolsillos para que se curara de un presunto cáncer, y el hábil jurista que ha sido sometido a la justicia cinco veces, y siempre sale por la puerta grande.

Funcionario: ¿te quieres ver mirado en el espejo de las 14 estaciones? Ciudadano: ¿cree usted en veredictos ajustados a tecnicismos jurídicos acomodaticios a la impunidad?


Cordialmente,

Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y articulista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas.

 

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