Por MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN
La Crónica de una vida
“Mis recuerdos imborrables”, de Rafael Molina Morillo, es un relato de la memoria que toca la historia contemporánea, la crónica y la intrahistoria del país. No es la autobiografía un género muy cultivado por estos lares. Apenas podemos contar con un manojo de libros similares que han gozado de la estima de los lectores y casi ninguna, de los estudiosos de la literatura. Vienen a mi mente varias, como “Autobiografía” del doctor H. Pieter, y la más importante del siglo veinte, “Memorias de un cortesano de la ‘Era de Trujillo’” de Joaquín Balaguer, que fue leída con avidez en procura de romper el huerto sellado de sus reticencias políticas.
Otros libros que también versan sobre la vida bajo la dictadura, y que muestran las vicisitudes de un personaje en tiempos difíciles, son: “Una Gestapo en América” de Jimenes-Grullón, las memorias de Tulio H. Arvelo, sobre su estancia en el exilio, o la del ingeniero Orlando Aza del Castillo y Rafael Alburquerque Zayas-Bazán.
Todos estos libros (otros que no cito para no agotar la paciencia del lector), tienen lo que llamó Unamuno la intrahistoria, que es la historia que no cuentan los historiadores; es el relato que no conforma la historia oficial, o la historia como monumento. También, al decir del principal estudioso del género, Philippe Lejeune, existe en este discurso un pacto biográfico en el cual es importante la relación de la obra con el lector.
En “Mis recuerdos imborrables”, Rafael Molina Morillo ha tejido, como buen maestro de tapices, la alfombra mágica de su vida; con la salvedad de que en el Caribe las maravillas están llenas de realidades. Tal como lo postuló Carpentier: en nuestro mundo americano se configura una relación entre lo real y lo maravilloso.
Esta autobiografía contiene la historia de una familia (yo diría que de dos, pues están la que él mismo formó y aquella de la que proviene el autor-protagonista). Los valores familiares de esta última designan al hombre emprendedor, educado, luchador, justo, honrado, vertical, que intenta siempre alejarse del partidarismo personalista. Comprometido con las causas ciudadanas, perteneció a Unión Cívica, cuando era un movimiento ciudadano, y renunció cuando devino en partido político. Se pronunció en contra del golpe de Estado de 1963, estuvo a favor de la democracia en 1978 y resistió a la represión balaguerista en la etapa de los Doce años.
De la primera familia, narra lo difícil que era la movilidad social en los años del trujillato, lo embarazoso que resultaba aspirar a tener una estabilidad que le permitiera educar a sus hijos y gozar de cierta estabilidad económica. Las distintas mudanzas de la familia de La Vega a Santo Domingo, muestran ese trajinar. Lo mismo ocurre en “Navarijo”, de Moscoso Puello, una novela que toca el discurso autobiográfico. Esta obra y la de Molina Morillo muestran que, independientemente de ciertos atisbos de modernización (1880-1905, 1955), los dominicanos han sufrido históricamente de un cierto inmovilismo social.
El segundo valor familiar se encuentra en la formación de una familia estable, cuyo relato y su fuerte están unidos por una entrega que no se ve hoy día y que constituían las aspiraciones tradicionales de la clase pequeñoburguesa que no habían sido, todavía, diezmadas por la competencia y el consumismo.
Pero lo más interesante de este libro es ser la crónica de una vida en el mundo periodístico. La transición del periodismo cuya sintaxis imponía la Dictadura a los intentos de un periodismo democrático, inspirado en ideas liberales que la dominicanidad prácticamente había olvidado. El relato muestra al periodista emprendedor, al amigo, al conciliador, al hombre discreto, al diplomático que sabe sortear las arremetidas de la vida, y que no deja de sufrir las arbitrariedades de “los poderosos”, como las del censor Anselmo Paulino, durante su más importante asignación internacional, hasta ser despedido de su trabajo en el Palacio.
La verticalidad de Molina Morillo se presenta con su determinación de condenar el golpe de Estado de 1963 y su consiguiente renuncia a la dirección de “El Caribe”, y con el desarrollo de la recién fundada revista “¡Ahora!”, como un medio de opinión completamente independiente. Este semanario, de una importancia suprema en la historia social, política y cultural del país, realizó la proeza de ser uno de los pocos medios independientes bajo el régimen de los Doce años de Joaquín Balaguer. El que quiera conocer esta historia, debe leer este libro.
La figura del autobiografiado se endurece en el momento de la destrucción del edificio por elementos cercanos a las tropas de intervención. Entonces Molina Morillo logra el apoyo de periodistas, como Freddy Gatón Arce, que le motivan y ayudan a fundar “El Nacional de ¡Ahora!”. Los eventos históricos narrados, esa relación entre hechos y tiempo, permiten que el lector encuentre los fragmentos de una historia escondida que conforma nuestra intrahistoria contemporánea.
Pero, al igual que las mejores novelas, el personaje no puede estar confeccionado de una sola pieza, ni debe pasar la vida en estado de felicidad. En la autobiografía, para que estas sean interesantes, debe ocurrir lo mismo. Molina Morillo vive la aventura de su espíritu emprendedor: varias revistas y un periódico que no logran ganar la carrera a las grandes empresas periodísticas de entonces. Germán Emilio Ornes le aconseja que recoja velas, pero el hombre soñador insiste en volar en la alfombra mágica.
Los golpes vienen del mercado, del cambio tecnológico en el mundo de la impresión. Otros muy fuertes son el asesinato de Orlando Martínez y la huelga de periodistas. Entonces se tensa la relación entre empresa y libertad de prensa; entre una pequeña burguesía que veía el mundo con sentido utópico y un periodista que tenía que atarse también a la tierra y ser empresario.
La vida de Molina Morillo es una gesta. No será del todo necesario para muchos leer sus memorias para darse cuenta, y saber que, frente a todas las sombras que pudieran lanzarles sus contemporáneos, motivadas por diversas coyunturas, la historia lo iba a absolver. Todo buen personaje tiene alturas y caídas y Molina Morillo cuenta las suyas con verticalidad, como un periodista que, atado a la verdad, no tiene ningún otro pendón que arriar.
La biografía es vida, vida en el tiempo. El cronista es el que lleva el tiempo; en esta obra, el autor ha sabido narrar el tiempo de su vida, y también el tiempo de la desgracia dominicana. La segunda renuncia de Molina Morillo fue su negativa a silenciar el golpe de Estado y la tercera, a dejar que un medio, como el que dirigía, torciera su línea informativa y editorial para favorecer a un candidato político.
Whitman escribió una vez: “Quien toque este libro, toca a un hombre”; creo que quien lea esta autobiografía, tocará una vida. Y es esta una vida que, vivida profundamente, despliega la ejemplaridad que, con el tiempo, se levanta y busca el reconocimiento que solo los agradecidos podrán aquilatar. Ha tenido mucha suerte Molina Morillo, más que una empresa, nos ha regalado un ejemplo. “Beatus ille”, decía Horacio, y dichosos nosotros. Que sea leído “Mis recuerdos imborrables” como una de las crónicas más interesantes y ejemplarizadores de nuestra aciaga intrahistoria, que es, también, Historia contemporánea.
elpidiotolentino@hotmail.com; elpidiotolentino@gmail.com
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