domingo, 28 de julio de 2013

Balaguer, el eterno simulador

JOSÉ TOBÍAS BEATO [mediaisla la presidencia de Balaguer, en noviembre 25 de ese mismo año, ocurrió el crimen de las hermanas Mirabal y de su Rufino de la Cruz. Como en el futuro haría tantas veces, Balaguer se hizo el que no sabía nada. Ni protestó y mucho menos renunció.
“Pero ahora quieren libertarnos de quien es precisamente el último de nuestros libertadores: de Trujillo… que nos ha conducido, al través de una de batallas ganadas a la  y al intervencionismo extranjero, a nuestra condición actual, que no es la de un país que vive en el  y en la opulencia, pero sí la de un pueblo que dispone de recursos propios para acudir con orgullosa dignidad a sus citas presentes y a sus citas futuras con la historia”.
Esas palabras fueron pronunciadas por Joaquín Balaguer en un discurso laudatorio a Trujillo un mes antes de que llegaran los muchachos del 14 de Junio de 1959 con su invasión por Constanza, Maimón y Estero Hondo con la idea de zafar al pueblo dominicano de las garras de una dictadura que sofocaba su desarrollo, que amenazaba su tranquilidad. Pero en ese mismo discurso había algo más: entre palabras almibaradas de admiración, una trampa en forma de estímulo.
Porque eso decía quien ya para esas fechas podía soñar con cierta probabilidad de convertirse en el poder, y no ser un mero “muchacho de mandado” que obedeciera a Trujillo, quien era el verdadero poder tras el trono. Por eso, vislumbrando cercano el fin del tirano, que se anunciaba violento, proclamó en el mismo discurso, con voz simuladamente conmovida: “y si cae, sabrá caer como el árbol cuando lo abate el rayo para convertirlo en cenizas, y no como el árbol cuando lo corta el hacha para que sirva de leña ignominiosa. Los hombres como Trujillo, cuando caen, saben caer con las manos en alto, empuñando en ellas el asta en que la bandera nacional despliega orgullosamente a los  la augusta grandeza de sus colores inmortales”.
El discurso fue pronunciado en el  Estadio Trujillo, luego “Quisqueya”, a raíz de celebrarse el 29 aniversario de la primera elección del General Trujillo como Presidente de la República Dominicana. Se titula “Al cabo de un cuarto de siglo” y puede leerse en el libro La Palabra Encadenada. La cita que acabo de hacer está en la 186, de la edición del año 1997. También, quien desee percibir el entusiasmo y al mismo tiempo la hipocresía trujillista del inefable doctor, puede verla y oírla en El Poder del Jefe III del realizador cinematográfico René Fortunato.
Desde aquella época comenzó Balaguer a pensar en el discurso fúnebre que pronunciaría supuestamente dolido ante el cadáver del dictador: “Querido Jefe: hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante más de treinta años para engrandecer la República y estabilizar el Estado, miraremos hacia tu sepulcro como hacia un símbolo enhiesto y no omitiremos  para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos”. Así dijo dos años más tarde en el entierro del hombre fuerte dominicano, el 2 de junio de 1961, en la Iglesia Parroquial de San Cristóbal. Algunos aseguran que el doctor dictó de memoria la pieza oratoria, señal de que llevaba tiempo hilvanándola.
Claro, en 1959 Balaguer tenía que extremar precauciones para no ser tragado por las circunstancias, como le había sucedido hacía poco a su amigo Anselmo Paulino Álvarez, hombre sin duda alguna talentoso, cuyas habilidades Trujillo había aprovechado para la  de su ambicioso plan . Pese a ello, Paulino había ido a parar a la cárcel de “La Victoria” —aunque por breve tiempo—, preso y multado de forma sorpresiva por un Trujillo ya del todo paranoico.
Balaguer sabía que caminaba exactamente sobre el filo de una navaja: el menor descuido, titubeo o sospecha por parte de Trujillo, lo conduciría irremediablemente a la muerte. De sobra era consciente de que “El Jefe” no vacilaba para exterminar físicamente a todo aquel que estimara un peligro o una posible competencia por el poder. Por eso, cuando Bosch lo invitó a exiliarse y a luchar contra la dictadura, Balaguer contestó que él esperaría a que la fruta, estando como estaba, madura, se cayera de la mata, como quien dice, solita.
Balaguer sabía que la mano de Trujillo era pesada y podía posarse sin contemplaciones sobre cualquiera, por cercano o fiel que le fuese o que aparentase serlo. Pero por si tenía alguna duda, a los dos meses de Balaguer pronunciar el discurso aludido, vería el 17 de Julio de 1959, el cadáver carbonizado de su otro amigo de tertulias literarias e históricas, el del escritor Ramón Marrero Aristy y su chofer Juan , derrumbados desde las frías lomas de Constanza, en un accidente claramente simulado. Trujillo no admitía competencias, como Balaguer tampoco las admitiría más adelante, y usaría la astucia y la simulación con el mismo entusiasmo que la fuerza y la violencia al igual que Trujillo, que a fin de  ambas cosas las heredó del “primer maestro dominicano”.
Ahora bien; la caída de Paulino en desgracia le abrió el campo a sus rivales en la intriga, Paíno Pichardo y al astuto don Cucho Álvarez Pina. Este último, para cimentar su prestigio ante Trujillo le sugirió la creación de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, hermoso complejo de edificios que todavía el país —de pura chepa conserva sin que lo hayan derrumbado o convertido en vertedero—. (Balaguer mismo ordenó la destrucción de la residencia de Trujillo y de la cárcel llamada “La Cuarenta” persiguiendo claros fines políticos. Otras residencias del Jefe, hoteles y hasta hospitales pasaron a convertirse en villorrios. Parte del complejo que otrora se llamó Palacio Radio Televisión Dominicana —levantado por Petán Trujillo— fue convertido en cine al aire libre, y fue conocido popular y muy apropiadamente como “el gallinero”. Hoy, creo que hay allí un parqueo. Nuestra actitud ante la historia y la cultura —que por crueles y duras que sean son eso, cosas que han de conservarse como ejemplo en mal o en bien, fuente de sabiduría, de belleza y hasta de recursos económicos— pero nuestra actitud, repito, no dista mucho de la de los talibanes afganos).
Pues bien. La construcción de la Feria dio paso al levantamiento del lujoso hotel “El Embajador”, luego vendido también por el Estado, en la fiesta de derroche que siguió tras la eliminación de la dictadura, de lo que tanto costó construir con dinero, con abundante sangre derramada y la pérdida de libertades. También estaba el teatro al aire libre “Agua y Luz”, cuyo destino actual en verdad ignoro, aunque supongo. Tal hicieron, pues, los sustitutos de Paulino — “Ojo de Vidrio” como era coloquialmente llamado— en las preferencias del Jefe.
Pero sobre Paíno y don Cucho se elevaría otro asesor de Trujillo, que con la muerte de Marrero Aristy catapultó su prestigio ante “El Jefe”; se trata de la figura siniestra, siempre peligrosa, de Johnny Abbes García, jefe del temido Servicio de Inteligencia Militar y enemigo acérrimo del doctor Balaguer, cuyas acciones perderían irremisiblemente a Trujillo.
Todo el proceder de Balaguer en esos años peligrosos evidenció que el hombre era frío y calculador, y que tenía sin duda un plan para quedarse en el poder y con el poder. Sabía de la conspiración contra su jefe; por lo menos alguno de los complotados lo habían enterado, y eventualmente contaban con él.
Pero en sus planes tenía de frente al también calculador Abbes García. La madrugada del 30 de mayo Balaguer tuvo que emplearse a fondo para no caer en las redes del pérfido jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Por eso, parte de los dardos venenosos del discurso fúnebre fueron dirigidos contra Abbes García, el cual, sin hallar cómo justificar ante el hijo (Ramfis) y la esposa de Trujillo la muerte del Generalísimo, se encontró acorralado, irremisiblemente perdido.
Durante todo ese tiempo Balaguer se hizo el tonto — “el pendejo”, en el vocabulario corriente dominicano—, aunque al parecer nunca llegó al punto al que se vio precisado llegar el célebre monarca David, para salvar la vida antes de ser rey cuando huía precisamente de su propio rey israelita, Saúl que le envidiaba.
Pero sigamos con los pasos de Balaguer antes del magnicidio. Balaguer, nadando en aguas peligrosas, saturadas de tiburones con dientes afilados urgidos de sangre, se dedicó a estimular los instintos de macho que sabía en Trujillo bien plantados, y con la astucia de la serpiente se propuso exponerlos a flor de piel. Por eso en tal discurso, sin que nadie lo esperara, repentinamente pronuncia unas frases que en las imágenes del documental citado (El Poder del Jefe III), claramente se ve que sobresaltaron a doña María, la siempre alerta esposa de Trujillo: “Sean cuales sean las sorpresas que el porvenir nos reserve, podemos hallarnos seguros de que el mundo podrá ver a Trujillo muerto pero no prófugo como Batista, ni fugitivo como Pérez Jiménez, ni sentado ante las barras de un tribunal como Rojas Pinilla. El estadista dominicano es, afortunadamente……hombre de otra moral y de otra estirpe….” (pág. 186 de La Palabra Encadenada).
Y efectivamente. Trujillo, que solía inspeccionar el país solo, acompañado únicamente por su chofer, en los últimos meses de vida exageró tal comportamiento. Así, en abril del 1961 —es decir, pocas semanas antes de su muerte a tiros— en la ciudad de Puerto Plata donde estaba advertido de que mucha gente le adversaba y esperaba no con ánimos de bienvenida, luego de un baile en el Club del Comercio, se retiró a las cinco de la mañana a realizar su habitual caminata de ejercicios. Le dio cinco vueltas al parque de la ciudad, acompañado por Virgilio Álvarez Pina, don Payo Ginebra, Danilo Brugal y otros. Previamente le había ordenado al entonces coronel Marco Jorge Moreno que retirara la escolta del ambiente. Y a puro pecho se internó en el corazón de Puerto Plata (Víctor Gómez Bergés, Balaguer y Yo: La Historia, tomo I, pág. 142).
Por esos días Trujillo le había ordenado a Johnny Abbes, casi a gritos, que retirara toda escolta en su camino hacia San Cristóbal. Las comunicaciones en la época eran mantenidas por los organismos de seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas mediante un sistema de comunicaciones “denominado red de alto nivel en la banda FM de dos metros (144.0-146.0 MHZ con frecuencia abierta, donde se oía y reportaba la presencia de Rafael Leónidas Trujillo Molina en sus desplazamientos por las calles y avenidas” (José Miguel Soto Jiménez,Malfiní: Radiografía de un Magnicidio, pág. 52). La noche del complot —30 de mayo de 1961, el chofer de Trujillo no “reportó el incidente ni pidió apoyo durante la acción, ya que Rafael L. Trujillo mandaba a apagar el radio de comunicaciones desde que abordaba el vehículo”, añade el ex general Soto Jiménez en la misma obra y página.
Eso sí, en lo que llegaba el desenlace esperado, Balaguer se impuso el deber de obedecer lealmente, sin importarle para nada de qué lado estaba la justicia o la razón, que lo suyo era simplemente hacerse con el poder y luego sostenerlo con la misma tenacidad que aprendió al lado de Trujillo. Aquí, por ahora, dejo un ejemplo: como es sabido, el 3 de agosto de 1960, en una jugada política sorpresiva, Trujillo, tratando de evadir responsabilidades en el frustrado atentado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt y desligar a su familia del poder, había nombrado presidente a Balaguer.
Bajo la presidencia de Balaguer, en noviembre 25 de ese mismo año, ocurrió el crimen de las hermanas Mirabal y de su chofer Rufino de la Cruz. Como en el futuro haría tantas veces, Balaguer se hizo el que no sabía nada. Ni protestó y mucho menos renunció. No solamente eso, sino que autorizó a que parte del patrimonio de esa familia pasara a las manos de uno de sus matadores, el jefe del Servicio de Inteligencia Militar de Santiago, el teniente Alicinio Peña Rivera, con el concurso del director de Rentas Internas y Bienes Nacionales, señor José A. Quezada (Francisco Rodríguez de León, Balaguer y Trujillo, pág. 315-6, 1996). Como haría luego costumbre, dejó hacer a los criminales y luego hasta los premió. Porque él, residente eterno de lo que Ortega y Gasset llamó “compartimientos estancos”,  no sabía nada……… ¡Ay, ay! ¡Pobre hombre, tan inocente!


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