lunes, 7 de febrero de 2022

Trabajar con enemigos: la empleada maligna

(El presente artículo busca censurar los malos ejemplos, como las inobservancias a la Ley de Función Pública, y promover la conducta laboral responsable).


Oscar López Reyes.

María Magdalena Marciano, a quien por lo bajo la identificaban como La Marañita, nunca se sentaba derecho en su cómodo sillín de una oficina de una institución del Estado del Centro de los Héroes, en el 2010. Veía al revés los bigotes del mayordomo, aún con una lupa incrustada en su rostro; se mostraba perezosa y era gestante de intrigas, que esparcía hasta en los rayos de luz que iluminaban los circuitos de su computadora.

La Marañita (diminutivo de maraña o enredo, y “lance complicado”) a su trabajo solía llegar tarde, con excusas gastadas como una embajadora sin el sombrero de copa alta que simboliza la buena voluntad; duraba más de una hora en su ingesta alimenticia matutina, y regresaba con una croqueta en un envoltorio; después se distraía con su celular, mirando con desdén a sus compañeras en su biodinámica laboral; en su tímpano escuchaba una sola voz (la manzanilla de la discordia/controversialidad) y en su viña de marfil tragaba bilis para engordarse los buches.

Los factores asociados a la idiosincrática personalidad de la empleada referida se encubrían en las interferencias sutiles y hurgando en las tenues debilidades de los demás: tenía poca disponibilidad para las tareas cotidianas, jamás formulaba sugerencias viables y positivas, ponía obstáculos a los planes departamentales propuestos y descollaba en el tráfico chismográfico promotor de conflictividad. Hasta altas horas de la noche, y los fines de semana, llamaba telefónicamente a sus compañeros para sazonarles rumores y chismes.

Ella solicitaba permisos hasta para asistir a cumpleaños fuera de la ciudad, para arreglar el peinado a vecinas y visitar amigas embarazadas, a fin de dictaminarles los días y las horas del arribo de las criaturas. Cada vez que devenía una negativa superior a los permisos, los berrinches se oían por todos los pasillos de la institución, como una tormenta sin brisas ni lluvias. Hasta lloraba de la rabia.

Al diagnosticarla como una loba vestida de oveja, en el extraño maquillaje de su cognición social, su jefe superior inmediato intentó rescatarla para el mejor desempeño ocupacional: le glorificó verbalmente a su esposo, un obsequio envió a su progenitora (a la que conocía desde hacía un largo tiempo) y le complació canalizándole la solicitud de un aumento salarial en otra institución en la cual desempeñaba una función útil.

Complementariamente, a la servidora pública le propuso nuevas ideas para la competencia laboral, la resiliencia y la premió con un bolígrafo de plata para su mejor desenvolvimiento en la esquematización lingüística. Pero, ¡qué va!, fracasó la teoría de la inoculación del psicólogo social estadounidense William James McGuire (1961).

En el simple interaccionismo no podía funcionar la citada teoría para el cambio actitudinal y conductual, porque el litigio en su bipolaridad lucía congénito y enraizado como psicopatología o desajuste psíquico-visceral, que requerían de un psicoanálisis, además de que la afiliación política avasallaba como una interdependencia afectiva y agradecida.

Aún embanderada en ese comportamiento, La Marañita pretendía ocupar un sitial de preponderancia en la institución, desde la cual extraviaba informaciones estratégicas y las transfería secretamente a su partido de oposición. Como su jefe era una traba para ese propósito, anotaba cuando asistía a reuniones internas y externas propias de sus funciones, y las colocaba anónimamente en el buzón institucional, con el señalamiento de que no paraba en su centro de trabajo. ¿Qué le parece…?

En ese malteveo, con anteojo en la nariz, La Marañita exhalaba como un cascabel, y ante su jefe anunciaba su bienllegada, y de sus labios fluían los más elocuentes elogios. Como en una baranda de caucho, desconocedora de su negacionismo laboral, exhibía su inconsistencia interna y su oposición partidaria encubierta.

Peinándose las cejas y levantándose hebras de cabellos, la empleada maligna y sus cómplices reservados violentaban, por lo menos, 12 numerales de tres artículos de la Ley 41-08 de la Función Pública, que rige los procesos de la administración pública y establece los deberes y derechos de los servidores estatales.

Primera inobservancia: el articulo 77 relativo al régimen ético y disciplinario:

1.- Discreción: Requiere guardar silencio de los casos que se traten cuando éstos ameriten confidencialidad.

2.- Disciplina: Significa la observación y el estricto cumplimiento de las normas administrativas y de derecho público por parte de los servidores públicos en el ejercicio de sus funciones.

3.- Honestidad: Refleja el recto proceder del individuo.

4.- Lealtad: Manifestación permanente de fidelidad hacia el Estado, que se traduce en solidaridad con la institución, superiores, compañeros de labores y subordinados dentro de los límites de las leyes y de la ética.

5.- Vocación de servicio: Se manifiesta a través de acciones de entrega diligente a las tareas asignadas e implica disposición para dar oportuna y esmerada atención a los requerimientos y trabajos encomendados.

Segundo quebrantamiento: el artículo 82:

1.- Descuidar el rendimiento y la calidad del trabajo.

2.- Llegar tarde al trabajo de manera reiterada.

3.- Proponer o establecer de manera consciente trámites innecesarios en el trabajo.

4.- Suspender las labores sin autorización previa de la autoridad del superior jerárquico.

5.- Negarse a colaborar en alguna tarea relacionada con las de su cargo o con las de otros compañeros de labores, cuando se lo haya solicitado una autoridad competente de la jornada de trabajo.

Tercera infracción: el artículo 83:

1.- Tratar reiteradamente en forma irrespetuosa, agresiva, desconsiderada u ofensiva a los compañeros, subalternos, superiores jerárquicos y al público.

2.- Descuidar reiteradamente el manejo de documentos y expedientes, ocasionando daños y perjuicios a los ciudadanos y al Estado.

María Magdalena Marciano (La Marañita), políticamente se compenetró demasiado con un mando administrativo de la más alta casa de gobierno, relación que se deslizó hacia su hundimiento en el nicho de un pozo profundo. El encumbrado funcionario comprobó los informes de que ella utilizaba su nombre para pregonar que nadie le ponía la mano, en absoluto, porque estaba ¡pegada!

Y como el ejecutivo del solio palaciego no quería cargar con pecados ajenos, le huyó al resplandor del infierno, y no se le aflojó el pecho. Pues, ¡tremenda sorpresa! Dispuso que la dejaran libre como el viento, para que en su casa dormite en siestas prolongadas, y decore bollos de hilos como una pura marcianista.

Aprendizajes de ese fenómeno:

Primera lección: El superior jerárquico no debe trabajar con enemigos jurados y sus cómplices disimulados, por más simpáticos o eficientes que sean, porque termina atrapado como víctima de ataques personales, sustracción de documentos y obstrucción de tareas. Por esa razón, el artículo 21 de la Ley de Función Pública estipula los cargos de confianza, como secretarios, ayudantes, asesores y asistentes.

El párrafo II señala que “el personal de confianza será libremente nombrado y removido, cumpliendo meramente los requisitos generales de ingreso a la función pública, a propuesta de la autoridad a la que presten su servicio”.

Segunda lección: los adversarios crean ruidos y promueven la ruptura de las buenas relaciones interpersonales. No son aceptados en el Reino del Señor.

Tercera lección: A los servidores públicos sinceros y honestos que están comprometidos afectivamente con ex funcionarios o gobiernos salientes les conviene, para evitar dificultades mutuas, presentar renuncias o solicitar sus prestaciones gubernamentales.

Cuarta lección: Todos los organismos estatales están compelidos a evaluar, periódicamente, la competencia ocupacional y psicológica de sus colaboradores, para capacitarlos/actualizarlos/especializarlos; ascenderlos, jubilarlos o despedirlos en perspectiva de los resultados de esas mediciones.

A la Marañita tenían que visualizarla basamentado en la teoría implícita de la personalidad y la atribución causal (causa/efecto), apoyados en el conductismo y la psicología socio-laboral. Así tiene que ser, en virtud de que demostró que no aplica para la teoría de la acción razonada.

El apellido Marciano (vida en el planeta Marte) y los nombres María Magdalena (siglo I antes de Cristo), también contravienen su propia existencia terrenal. María Magdalena, evangelista de apócrifos, deslumbraba el culto divino de la disciplina y pasó 20 años aislada y rezando en una cueva, mientras que su tocaya dominicana del siglo XXI o del 2010 duró igual cantidad de años chismeando y obstaculizando, sin aprenderse ningún versículo de la Biblia, porque estaba guiada por los demonios.

Cordialmente,

Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y articulista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas

 

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