Los comunicadores que no han pisado una escuela universitaria de periodismo y que están haciendo un esfuerzo “sincero” para denunciar a los delincuentes, tanto civiles como militares, deben tener mucho cuidado para que no los sorprendan en su buena fe personas interesadas en usarlos de instrumentos para hacerle daño a otros.
Dentro de los programas dedicados a ese tipo de denuncias, a las cuales les doy mucho seguimiento, hay algunos dirigidos por periodistas profesionales, por ex militares de carrera, expolicías que navegaron en las podredumbres del bajo mundo y ahora están “arrepentidos”, dedicados a predicar el evangelio.
También los hay de otras disciplinas, con una intención real de luchar contra la criminalidad en general, que no son periodistas, pero que le hacen un aporte valioso a la sociedad.
A todos les recomiendo leerse o repasar de nuevo una materia llamada psicología de la comunicación, cuyo propósito principal es preparar a los periodistas y a cualquier persona dedicada a la difusión de noticias, a investigar a sus fuentes noticiosas, para tratar de descubrir las reales intenciones escondidas detrás de las informaciones que les están suministrando.
Digo esto porque resulta doloroso y cruel, acusar injustamente a personas inocentes, que a veces envejecen en las cárceles cumpliendo condenas por cargos inventados, fabricados y mal investigados, por quienes los han juzgado.
Viendo y escuchando decenas de episodios narrados por productores, apoyados en testimonios de policías activos y retirados; de ex militares, de delincuentes convictos y aún no convictos, de gente aparentemente “inocente” que corren peligro de muerte, he terminado con sentimientos encontrados, que me han producido largas horas de desvelo, pensando en la nauseabunda podredumbre que envuelve a un gran sector de las instituciones llamadas a proteger las vidas y los derechos de los ciudadanos honestos.
Según las crudas denuncias que se escuchan en esos medios masivos no tradicionales, la descomposición moral y el ambiente criminal que se vive en esos estamentos gubernamentales, son sencillamente espeluznantes, extremadamente preocupantes y dignos de ponerles especial atención, para aunar esfuerzos en beneficio de la población.
Por lo tanto, no más silencio cómplice ante tantas barbaridades, pero tampoco más publicaciones precipitadas sin confirmar y sin verificar las intenciones ocultas de nuestras fuentes.
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