viernes, 29 de enero de 2021

HONOR PARA MANUEL BUENO

 


Doctor Julio Aníbal Suárez 

Julio Anibal Suárez
Para las generaciones actuales, el nombre de Manuel Bueno significa poco. 

Su vida estuvo muy lejos de las lentejuelas, de los focos teatrales y de los estadios deportivos, actividades estas que son las que atraen grandes multitudes y la preocupación del conglomerado social para conocer la suerte de sus estrellas. 

En el país, la banalidad y la teatralidad son las que llaman la atención de la ciudadanía. 

La preocupación por los demás, la entrega en favor del prójimo, el sacrificio por los valores patrios y la lucha por las libertades públicas, si acaso, reciben un reconocimiento pasajero producto de la acción mediática, pero se quedan en el olvido tan pronto termina el novenario ritual de los cristianos. 

Manuel Bueno, de corazón noble y generoso, acreedor de los mayores reconocimientos por su intensa e incansable labor patriótica, nunca se quejó por la oscuridad que acompañó su discurrir. Un ser que no pensaba en sí mismo, sino en el prójimo, cuando lanzó la voz para reclamar algún olvido, no planteó su propia experiencia, sino el desprecio al que se había sometido a su compañero de lucha, Wenceslao Guillén Gómez-Wen Guillén-, a quien califica como descomunal héroe, que se convirtió en mártir nacional, con tan solo 20 años de edad. 

En un artículo publicado en el periódico El Sol, el 8 de febrero del 1981, Manuel Bueno, en el que el mismo confiesa, motivado por un artículo que anteriormente había escrito el Dr. Negro Veras, lanza lamentos, porque a su juicio quienes todavía seguían los lineamientos de la tiranía, mantenían a las acciones de Wen Guillén, “en el más recóndito anonimato”. 


De entrada se resalta el hecho, no muy conocido por la juventud de hoy, de la existencia de un grupo de bisoños combatientes por la libertad de nuestro pueblo y el respeto de sus derechos más esenciales, cuyo líder nucleador era Wenceslao Guillén, un imberbe cuya lucha le llevó a la muerte, cuando apenas había cumplido 20 años de edad. 

Entre esos jóvenes, a quienes califica de “valientes intelectuales”, identifica al Dr. Negro Veras, precisando que este rompió el silencio que la sociedad mantenía sobre la lucha que contra la desaparición de la tiranía libraron por la desaparición de ese oprobioso régimen. 

Se resaltan los méritos de Wenceslao Guillén, pero no en un ejercicio de culto a la personalidad, sino en búsqueda del resplandecimiento de la verdad histórica. Quizás por tratarse de un grupo de mozalbetes, al movimiento que integraban estos jóvenes luchadores, no se le ha dado la importancia que tuvieron sus acciones. 

Pero del relato, aunque pondera la personalidad del líder del grupo, se advierte que se trataba del extraño caso de jóvenes, algunos de los cuales no pasaban de la adolescencia -Manuel Bueno, solo tenía 15 años-, y ya actuaban con consciencia revolucionaria, regenteado por un guía que ya había leído los clásicos y el Capital de Marx. Se nota que no se trataba de las inquietudes juveniles que de manera transitoria cruzan por las mentes de la mocedad, para llenar vacíos existenciales e inadaptaciones temporales propio de la edad, sino de actitudes bien preconcebidas con una finalidad permanente de lograr el bienestar de los dominicanos. 

Era un grupo que a pesar de su juventud tenía su propia convicción de la forma de enfrentar a la tiranía y disentía del movimiento antitrujillista integrado por jóvenes de mayor edad y experiencia en la lucha revolucionaria, al rechazar la clásica esperanza de la acción de los exiliados y gobiernos extranjeros contrario a la tiranía, para terminar con el estado de cosas, entendiendo que la lucha debía librarse desde adentro, con la acción integral de la ciudadanía, a sabiendas de que al procederse desde el país, eran presas fáciles de las horribles torturas a que era sometido todo disidente del régimen que era apresado. 

Para hacer valer su teoría, llevada a la práctica mediante acciones directas contra el régimen, formaron un grupo denominado “Unión de Grupos Revolucionarios Independientes (UGRI)”, que popularmente fue conocido como Los Panfleteros de Santiago, porque uno de los medios de combates era la exposición documental del terror de la tiranía a través de los panfletos, en los que se abogaba por la revolución, la obtención de la libertad y la muerte del dictador. 

A Manuel Bueno le cupo la gloria, dada sus “cualidades artísticas y manuales”, de “la confección del Clisé que serviría para imprimir los volantes” que invadieron a la ciudad de Santiago en el año 1960, cuyo contenido, en uno de los cuales se denominaba a Trujillo con el nombre que se le da a los que comen excrementos humanos, pero utilizando la frase que usa el vulgo para denominar a los coprófagos, desató la ira de los agentes represivos del régimen, quienes con sañas y crueles torturas produjeron la muerte de la mayoría de Los Panfleteros de Santiago. 

Tiene un valor extraordinario que jóvenes con poco tiempo de haber salido de la niñez, formaran un grupo tan consciente. No se trataban de acciones caprichosas y sin planificación. Todo obedecía a una estrategia, a planes y tareas previamente asignadas. 

Por eso en su artículo Manuel Bueno, nos enseña que tenían un plan de acción que abarcaba varias fases, en las que se incluía la capacidad física, generada por los ejercicios, por la adquisición de conciencia política adquirida por el estudio, a la vez que se minaba la estabilidad del régimen con acciones propagandísticas y sabotajes. Al respecto hace saber como realizaron la peligrosa hazaña de lanzar grapas en las vías públicas de mayor tránsito para boicotear la inauguración del campeonato de beisbol profesional del año 1959 y así significar que la supuesta paz y bienestar de la que hacía gala la tiranía en sus afanes propagandísticos, no eran más que frases huecas sin ningún sentido de realidad. 

Manuel Bueno nos relata el uso de la silla eléctrica, las amenazas de clavarles cuchillos en el escroto, la extracción de la sangre con jeringuilla hasta producirle la muerte, en fin las torturas en procura de confesiones, lo que nos permite comprender por qué no podemos olvidar a quienes, a pesar de su corta edad, perdieron su vida, en procura de nuestras libertades. Esos relatos revelan que se trataba de un grupo de jóvenes conscientes de sus objetivos, valientes y con gran resistencia al dolor y al sufrimiento. 

Manuel Bueno no murió en los centros de torturas de la tiranía, a pesar de haber estado detenido en el Palacio de la Policía Nacional y ser flagelado en la fatídica cárcel de La 40, sobrevivió a estos. La vida le permitió participar en jornadas épicas en procura del respeto a la Constitución de la República y a los derechos ciudadanos, como fue su participación en la guerra de abril del 1965, con lo que rindió honor al juramento que le hizo a su líder, Wenceslao Guillén, aquella madrugada del 21 de enero del 1960, cuando desnudo en una guagua celular, con apenas 15 años de edad, le prometió continuar la lucha. 

Muestra de la gran nobleza y desprendimiento de Manuel Bueno, es que nunca reclamó ningún mérito para sí; jamás se quejó por falta de compensación, detrás de la cual nunca anduvo, ni se dejó llevar por la vanidad exigiendo reconocimiento, y si lo hizo, pensando en sus compañeros mártires, no fue para satisfacer egos, ni obtener beneficios materiales, sino porque consideraba que “nuestras juventudes de hoy no deben ignorar las atrocidades cometidas por los secuaces de la funesta Era de Trujillo, para que no permitas que nuestro país regrese jamás a épocas de tanto oscurantismo, de conculcación total…de las libertades públicas”, como bien expresa en el artículo en cuestión. 

Está claro que Manuel Bueno es acreedor de todo el reconocimiento que pidió para sus compañeros de lucha, por eso , quiero reversar hacia él, lo que expresa al final de su artículo: debemos rescatar “del anonimato a nuestros verdaderos héroes y mártires, dando a conocer su ideario, su trayectoria de lucha y afanes revolucionarios, reconociéndoles como nuestros únicos prohombres acreedores de honrar con sus nombres nuestras escuelas, plazas y calles principales, desplazando muchos falsos ídolos de barro que hoy ocupan esas posiciones señeras, aupados por los panegiristas y adulones y que son más bien merecedores del escarnio y el olvido del pueblo”. 

Tenemos que divulgar la historia de nuestros héroes; dar a conocer su accionar al pueblo en favor de quienes lucharon para que estos vivan en sus corazones y tengan influencia en la conducta ciudadana. 

Particularizando nuestro deseo, concluyo con el clamor de que paguemos la deuda de gratitud que tenemos con Manuel Bueno, por su ejemplar conducta de lucha por el bienestar del pueblo dominicano y sus libertades públicas. 

(Este artículo fue publicado en el libro: A los 60 años: dos panfleteros de Santiago contra un régimen tiránico, en la página 443)

 

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