Oscar López Reyes*.
(El poder venal acecha y embosca en el ramaje de la traición. El refrán dice: guerra avisada no mata soldado… ¡Te suplicamos, Señor…!).
En la mañana de un otoño soleado, el general de brigada de la Policía Nacional, hace unos años, nos recibió en su despacho de una institución gubernamental que dirigía, y con urbanidad dispuso que nos brindaran té y café. Cuando el visitante los saboreaba, el oficial de alto rango sacó discretamente una botella de agua de una gaveta de su escritorio -que llevó de su casa-, la destapó y se embicó. Interpretó, en un santiamén, nuestra mirada escrutadora, y -ya solos- nos reveló que tenía que cuidarse, porque investigaba expedientes “pesados”.
Ese exalumno nos dejó entrever que no confiaba en sus dos asistentes, sus dos secretarias, sus guardaespaldas ni su chofer, pertenecientes a la Policía. A ninguno les señalaba con antelación en qué momento saldría de su casa ni de su oficina, como tampoco cuáles serían sus rutas. No ingería líquidos ni alimentos sólidos que le sirvieran, en virtud de que temía ser envenenado malignamente en una oda de tinieblas.
Una figura pública, director general de una corporación gubernamental, no advirtió la amenaza, ni desarrolló la pericia del oficial superior, como para imaginarse tan alevosa y solapada urdimbre. Desde el 2015 comenzó a confrontar serias dificultades de salud, a resultas de un apagón cerebral del dinero mugriento. Se le debilitaron las cuerdas vocales, tuvo descamaciones cutáneas y se le cayó parte del cabello, como pueden atestiguar dos conocidos periodistas, un locutor en el mando de estaciones radiales y un ciudadano común. Perecía que tenía vitíligo.
Sin recelos, suposiciones ni picardía, el periodista acudió al consultorio de un dermatólogo, que le administró medicamentos, pero no mejoró y, como una opción complementaria, le recomendó que se bañara en el mar. El paciente visitó la playa Juan Dolio -acompañado por quien os escribe-, y se limitó a contemplar las olas y el cruce de una yola remada por un canudo en franela y pantalones cortos. Ni siquiera se recostó en una de las sillas plegables, que estaban vacías en la tarde de un día laborable de semana.
La inflamación de la piel no cedía. Entonces cambió de galeno. El nuevo especialista le indicó un examen clínico, y por sus resultados le aplicó medicamentos naturistas/alternativos a fin de limpiarle la sangre y eliminarle una infección probablemente proveniente de una sustancia disuelta en una taza de té o café. El agente maligno no tuvo manifestaciones internas, sino externas. ¿Por qué…? ¿un milagro…?
El afectado procedió, sigilosamente, a realizar una indagatoria y después de varios años sospecha de los posibles autores del acto criminal. A íntimos les ha identificado a sus eventuales verdugos, así como las razones delictivas.
Presumiblemente por la secuela del tóxico o la tribulación, el superviviente de la conspiración hace un par de meses sufrió un desplome en su salud, y se recuperó en un centro médico militar luego de un internamiento por varios días.
Por consiguiente, la autentificación de la felonía ((premeditación y celada) acreditan como probanza las tipificaciones de las erupciones epidérmicas o dermatosis visibles, y las testificaciones de cercanos. Y una cautelosa y enjundiosa pesquisa penal en el crucigrama tocaría los pelos de los progenitores/ejecutores ocultos.
Este grito avizor, que remenea los pulmones en su absorbencia de aire, está alentado, a pie juntillas, por dos autoridades religiosas. El escritor Jesuita Vicente Gar Mar: “Cuesta más responder con gracia y mansedumbre, que callar con desprecio. El silencio es a veces una mala respuesta, una respuesta amarguísima”. Y el pastor protestante Martín Luther King: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”.
Cuando el periodista se restablezca por completo -física y emocionalmente-, luce que estará en disposición de ofrecer explicaciones a sus colegas y al Ministerio Público. Agitarlo en esta fase sería contraproducente, aparte de que ha decidido que -por ahora- su voz descansará en el insondable tálamo de su tegumento y su corazón agujereados.
Este suceso se encumbra harto delicado y sensible. Lo avanzamos como una advertencia preventiva, especialmente para los que lidian con intereses económicos y expedientes judiciales. Además, como una referencia para investigaciones periodísticas y forenses más acabadas, y para que la conjura no se esfume ante una adversidad reservada por el destino, y ovillada en la copa de la cruel orfandad.
No nos apresuremos. Deducimos que el porvenir no lejano dará una respuesta frontal y contundente a aquellos que se habrían cubierto la cabeza y el cuello con gorros de lana.
Creemos que en poco tiempo podremos pedir: ¡Oh Altísimo!, póngale más proteína, más vivacidad y más tiempo a los representantes del Ministerio Público para que escurran sus cartílagos y huesos en las hilachas de macacos, y escudriñen si aquellas cruzadas confidentes han sido reales o ficticias: que un periodista fue envenenado, y que dichosamente sobrevive en el achaque.
¿Obstaculizaba algún negocio jugoso de “mecenas” estatales? ¿Han pasado desapercibidos otros envenenamientos a políticos -en el fingido velo de infartos- desde el ajusticiamiento de Trujillo? En la suspicacia de emponzoñamientos no descubiertos, ¿arrancarán investigaciones penales, para saber si se ha tratado de filósofos o matemáticos, o de burros o caballos?
¡Te suplicamos, Señor…!
Vinculados a actos de corrupción, que se ventilan actualmente, se regodean, en la sombra, con poder de fuego, y se pertrechan con influencias mediáticas. Y si se agrega el delito que estamos relatando, la voz de la advertencia habrá de sonar con verosimilitud, para una mayor protección de áreas del Poder Ejecutivo y del Ministerio Público.
En los últimos dos años se batalla, tórridamente, contra el mal olor que carcome estructuras del Estado, facturado por una camarilla del cogollo político, militar y empresarial, que envilece hasta el bacanal y que se potencializa para penetrar y erosionar sistemas sanguíneos, tejidos y órganos humanos…
Guerra avisada no mata soldados y, si lo mata, es por descuidado. ¡Estamos…!
*El autor ha publicado los tomos I (483 páginas) y II (698 páginas) de “Crímenes contra la prensa. Atentados y censuras en República Dominicana 1844-2007”; “Poblada y matanza (1984). Tres días de protestas y otros relatos” (129 páginas), “Estragos de la infidelidad. Una novela recostada en un asesinato espantoso” (107 páginas), y otras 20 obras más. ……………………………….
Cordialmente,
Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y articulista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas
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