sábado, 29 de noviembre de 2014

Insularidad y heterotopía en «Ciudades e islas» de Eduardo Lalo


MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] Eduardo Lalo, autor marginal, “descubierto” por la intelectualidad latinoamericana luego de ganar el Premio Rómulo Gallegos, se asemeja a estos autores en la medida en que plantea un diálogo entre las islas

En varios ensayos hemos hablado de la literatura en tránsito; que es para mí la escritura de los tiempos que corren. Ella está en tránsito porque pasa de un espacio a otro y dialoga con otras culturas. 

Es cierto que esta es la literatura de autores nacidos en un país determinado y que han cruzado las fronteras lingüísticas, como es el caso de Junot Díaz, Esmeralda Santiago o Julia Álvarez. Pero es además, la obra de autores como Maryse Renaud, que tiene con los primeros su impronta fronteriza, pero que escribe en otra lengua. 

En Renaud hemos observado la preocupación por la familia como núcleo del pensar la insularidad y su relación con la metrópolis, una crítica a los proyectos de la modernidad, a las ideas o construcciones políticas de izquierda, a la manera en que el mundo ha dejado de tener una utopía, a la búsqueda de un cierto Paraíso individual. Renaud escribe en español aunque su lengua materna es el francés.

En el caso de Eduardo Lalo, autor marginal, “descubierto” por la intelectualidad latinoamericana luego de ganar el Premio Rómulo Gallegos, se asemeja a estos autores en la medida en que plantea un diálogo entre las islas y la ciudad, una ciudad que está a distancia y que las acciones que presenta son propias del desplazamiento, la partida, la llegada, en suma, la mirada del otro.

Lo interesante de la obra de Lalo es un intento de pensar nuestro tiempo. Ya en 1992 había publicado Ciudades e islas (Ediciones Yukiyú) de muy pobre circulación, pero es un libro de relatos que plantea sus ideas sobre la marginalidad, sobre las culturas insulares con relación al centro que es en verdad la Ciudad del iluminismo; de ahí que su obra pueda colocarse en una exploración de los tiempos actuales como la mirada hacia lo post, a lo que va después de los sueños inconclusos.

También es significativo que su narrativa sea una continuidad de la obra como exploración, como pensamiento. No es Lalo el autor de la anécdota, de la representación de la realidad, sino un autor que piensa. El personaje, un narrador intradiegético, es una especie de alter ego del autor que realiza constantemente una reflexión sobre la vida. Pero sobre la vida de un isleño que viaja a la ciudad. Este pensar nos deja muchas veces las huellas de Borges y hace que la literatura de Lalo se emparente con el ensayo. Es un intelectualismo que gusta poco en Puerto Rico y es, tal vez, por eso que haya sido Lalo hasta ahora un autor muy marginal dentro de la literatura puertorriqueña.

En este primer libro se nota la presencia de un autor que ha buscado un espacio para la literatura, para su narrativa, en un concierto de la universalidad del pensar, sin olvidar los aspectos nacionales, insulares, como un diálogo que representa la condición de la insularidad. Somos islas construidas por Europa, como bien ha dicho Antonio Benítez Rojo. El descubrimiento significó una creación de mercado y un tránsito de gente, productos, mercancías, lenguas, culturas, sueños y aspiraciones.

En estos últimos debemos instalar la mirada, como exploración de lo uno y de lo otro. La literatura de Lalo es la expresión de nuestra heterogeneidad, de vivir en las islas como una forma de encontrar ese lazo perdido con la metrópolis. La condición de insularidad es la del viaje, el puerto, la partida. Un insular es un ser aislado, incompleto, en espera siempre del otro que viene. Comienza Ciudades e islas con “In memoriam” (una nouvelle en el buen sentido de la palabra), el autor Eduardo Lalo con una imagen de Baudelaire, con la Dorothée de Baudelaire; interesante porque es una mirada de la Ciudad, desde la modernidad de las luces, hacia las islas, la negritud, sus gentes, su sensualidad.

Ya en Les fleurs du mal es interesante esa mirada de la otredad de la modernidad francesa, aquí retomada por Lalo como una mirada del viaje y como una exploración de nuestra condición insular. Las islas vistas por Europa y la Europa observada desde las islas. Para establecer esta relación Lalo ha creado un personaje muy francés: Privat. Este es un cronista de la ciudad, un ser marginal que a la vez que construye su mirada de la urbe, vive como un ciudadano francés dentro de su nostalgia de tiempos mejores, en el declive de ciertas ideas, en la rememoración de ciertas luchas: una epopeya, como es la de la resistencia heroica contra el nazismo, pero que plantea la heterotopía de la ciudad, su complejidad en la diversidad.

Creo necesario al llegar a este punto, hablar de la ciudad que Eduardo Lalo busca. Es un sueño perdido en la negación que hicieron los padres fundadores de la Metrópolis y que ha suscitado en el cosmopolitismo del modernismo, en la obra de Darío, y en las preocupaciones políticas de José Martí. La ciudad en mayúscula, tal como la presenta Lalo, es una ciudad interior. Así lo establece en la primera línea del relato: “La ciudad no salía del cuarto” (pág. 11) y al final la urbe es la totalidad del mundo. Puesto en perspectiva, el autor trabaja con la metáfora borgiana, con la biblioteca, con el reloj de arena, con el Aleph, donde el todo no es mayor que alguna de sus partes. Esa relación del Ser como unidad y heterogeneidad es la clave de esta literatura y que ya lo significaba Antonio Machado a través de Juan de Mairena, y también Pascal en Pensamientos. Es una relación del individuo con el cosmos.

El mundo está en mí y yo estoy en el mundo. El relato nos remite a una imagen que, muy bien, se enclava en la isla: la configuración del niño en el centro comercial. El niño ha dejado el cuarto, la habitación y se desplaza con su madre al centro del comercio. Esa es la ciudad, el exterior, la descripción de esa interioridad es la sociedad de consumo. De ahí vienen las discusiones sobre la insularidad que es, en fin, el individuo y la ciudad como su extensión física e interior. Dentro de estos espacios, el ser queda aislado, comprometido, dominado por sueños ideologías y estilos de vida.

El ser del insular se da en el viaje. Es ahí donde ese ser incompleto de las islas encuentra la parte que había sido escamoteada desde la construcción terráquea. Los pueblos del mar aspiran a encontrarse con su otredad y esta otredad es otra otredad que sólo podemos aprehender a través de la experiencia de nuestra propia extranjería, del viaje: “La Ciudad fue una de mis casas, en ella moré y solo es posible morar como extranjero. El peregrino sabe a dónde quiere arribar… (pág. 22). De ahí que la Ciudad es una búsqueda, la averiguación por la modernidad perdida. Al peregrino, al extranjero que llega a la ciudad sólo le queda caminar, vagar, errar, por sus calles, entrar a un bar, para darse cuenta que todos los barrios, que todas las ciudades y que todas las calles lo conducen a sí mismo. A encontrar su imagen de sí mismo.

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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004), Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (2009), Las palabras sublevadas (2011) y Los letrados y la nación dominicana (2013), entre otros.


elpidiotolentino@hotmail.com; elpidiotolentino@gmail.com
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